Si bien una de las primeras respuestas a la pandemia por SARS-CoV-2 fue cerrar los establecimientos educacionales, el retorno parcial de más de 2.000 colegios este año ha generado dudas sobre si se estará exponiendo innecesariamente a los estudiantes al virus. Para despejar esta interrogante, nuestros académicos Susana Mondschein y Marcelo Olivares -junto con Joaquín Siebert y Patricio Foncea– analizaron la efectividad de distintas medidas de mitigación para evitar brotes en colegios. Esto, con el objetivo de guiar a la comunidad educacional sobre las posibles acciones a tomar para protegerla, así como a su entorno, y resultados que incluyen en el reporte técnico “Prevención y Trazabilidad para el Retorno a Clases Presenciales en Colegios”.
“Diversos estudios en Europa y Estados Unidos han concluido que los colegios no han sido un gran foco de aumento en la transmisión de COVID-19, en parte debido a las medidas de contención implementadas. Sin embargo, la evidencia también indica que sí han surgido brotes en esos establecimientos y que es importante mantener medidas de mitigación en ellos para evitar un aumento en las infecciones”, se informa en el estudio.
Sobre esta base y el consenso internacional en relación a la importancia y necesidad de reanudar las clases presenciales en los establecimientos escolares, los investigadores, partes del Instituto Sistemas Complejos de Ingeniería (ISCI), desarrollaron modelos de simulación que capturan el patrón de contacto en colegios, incluyendo profesores y alumnos, con índices de transmisión e infecciosidad de COVID-19 obtenidos de la literatura reciente.
Burbujas educacionales
Los modelos utilizados permitieron llegar a resultados interesantes. Entre ellos, que en términos de protocolos de aislamiento, cuarentenar al curso de un caso confirmado es efectivo para cortar la transmisión, disminuyendo los contagios en un 85% con respecto al caso base donde solo se aísla al infectado. También que la política más conservadora de cerrar todo el colegio tiene un impacto marginal cuando los contactos entre cursos son reducidos.
“Si se evitan almuerzos, recreos y actividades masivas, no parece necesario suspender las clases presenciales a todo el colegio”, señala Susana Mondschein, recomendación que también apoya la idea que mandar a los estudiantes a sus casas es más caro para los padres que trabajan de manera presencial.
Marcelo Olivares amplía: “Cuando el protocolo de cerrar solo al curso se combina con una reducción de alumnos por sala a la mitad, se reduce las infecciones en 35% y las clases online, en 50%”.
Se trata de una estrategia de contención de brotes que consiste en dividir los cursos en “burbujas” más pequeñas. Por ejemplo, un colegio de tres salas por nivel (con 30 alumnos cada una) puede ser dividido en seis salas por nivel, con 15 alumnos cada una.
¿Qué sucede con los establecimientos que no tienen las condiciones de infraestructura para aumentar el número de salas? Para esos casos, los investigadores indican que la reducción de infecciones se puede lograr alternando clases online y presencial semanalmente, pero con la prevención de disminuir sustancialmente las clases presenciales.
Por último, el informe recomienda el testeo dos veces por semana a toda la comunidad escolar asintomática para los establecimientos en los que no sea posible reducir el número de alumnos por sala (por falta de espacio o de profesores). Esto, sostienen, permite reducir los contagios en similar magnitud a reducir los cursos a la mitad de alumnos. Una medida que, dicen, se aplica en Reino Unido y que podría ser dirigida a aquellos colegios en donde es más difícil para las familias sostener la educación a distancia.
Leer artículo publicado en El Mercurio
Crédito foto portada: UChile